El tiempo pasa lento cuando estas enamorada y tienes pocos
momentos para estar al lado de tu pareja. Cuando la mentira se vuelve agobiante
y esconderse una costumbre. Amaba a la abogada, eso es innegable, no les puedo
mentir y sabía que ella también a mí, o sea, por algo me eligió por sobre la
guapa amiga de su prima. Pero la distancia, esos pocos minutos al día que
compartíamos y la negativa de contarle a su mamá de nuestra relación me estaban
pasando la cuenta. Me sentía dejada de lado, una especie de plato de segunda
mesa que probaba sólo cuando tenía ganas o tiempo. Y esa sensación me tenía
mal, triste, sola.
En diciembre del 2008 me pidió pololeo en esa azotea que aún
nos acompañaba. Ya había pasado casi un año, con altos y bajos. Con una
infidelidad de por medio y con la otra mina en el cumpleaños de su prima.
Pasamos por muchas, pero nada tan doloroso como ver sus ojos tristes por la
relación quebrada con su mamá, por el miedo de contarle que estaba conmigo y
las constantes despedidas sin saber realmente cuando tendríamos tiempo para
volver a vernos.
Traté de apoyarla lo que más pude, le di más tiempo del
acordado, acuérdense que el año anterior le dije que si en febrero no hablaba,
lo nuestro llegaba hasta ahí. Pero ya a fines del 2009 no pude más. Nuevamente
viajaría a ver a su papá al norte y luego se iría todo febrero al campo;
intentaría venir algunos días a Santiago para verme, me dijo. Pero no era
suficiente. Yo comenzaría mi práctica profesional en chilevision, serían tres
meses de fines de semana trabajados y largas jornadas. Después de Navidad me
vino un tremendo ataque de colon. No podía más con la situación. Estaba
nerviosa, estresada y desilusionada de la relación. Le dije que era ahora o
nunca, que hablara con su mamá o simplemente no me llamara más. Me pidió más
tiempo. Le dije que no.
Estaba con la guata apretada, mi decisión era el fin de
nuestra relación o el inicio de una nueva etapa que podía ser muy buena o
simplemente una pesadilla. Más de una vez la prima de la abogada me había
hablado del complicado carácter de su mamá, intentando convencerme de no
obligarla a salir del closet. Por eso esperé tanto tiempo. Pero ella era hija
única, si la quería iba a aceptarla y si no, bueno, dicen por ahí que mejor
sola que mal acompañada. Ya éramos adultas y debía tomar una decisión.
No me odien por esta parte de la historia, hasta el día de
hoy, estoy convencida de que fue lo mejor y más honesto que pude hacer, por la
abogada y por mí.
Un par de días después de mi ultimátum me llamó, me había
pedido un tiempo para pensarlo, para ver que hacía y sobre todo para juntar
fuerzas.
- Le conté a mi mamá, me dijo. Pero no quiere saber nada de
ti, de tu existencia, ni conocerte ni nada. Acepta le decisión de vida que tomé
pero de la puerta para afuera. Ni siquiera quiso saber tu nombre.
Me sentí aliviada, por lo menos ya no habían más secretos,
ahora era cosa de darle tiempo al tiempo. La abogada estaba triste, quería
darme más de lo que hasta ese momento me había dado, pero así fueron las cosas.
Aunque yo tenía la fe de que todo de a poco se iba a ir ordenando. Es que su
mamá tuvo 2 años para asumir que su hija era lesbiana, el paso lógico era
aceptar que tenía pareja. Viene con el paquete creo yo, le decía siempre. Pero
por lo menos hasta ese momento me dejó tranquila saber que de a poco la
situación se estaba ordenando. Dejé de ser una especie de fantasma en su vida,
nuestra relación se estaba convirtiendo en algo mucho más real de lo que nunca
pensé tener.
En la parte de insistirle que le diga a su mamá que es gay te apoyo completamente. Uno al final se cansa de ser una sombra o fantasma (como dices tu) en la vida de la persona que uno ama.
ResponderEliminarEs verdad. En el momento me sentí súper egoísta pero te juro que fue lo mejor que pude hacer!
EliminarUn abrazo!