18 de febrero del 2009, dos meses de pololeo y la relación
totalmente quebrada. Ya habían pasado dos semanas desde el regreso de la
abogada a Santiago. No quería verla a pesar de sus insistentes y repetitivos
llamados telefónicos. Estaba decidida a darle un punto final a la relación.
Eran cerca de las 10 de la noche cuando suena el timbre de mi
departamento. Era ella, decidida a obligarme a escucharla, no iba a aceptar un
no por respuesta. Golpeaba, tocaba el timbre, repetía mi nombre una y otra vez.
Toda mi familia estaba en casa, pero no le importó. Déjame entrar, conversemos,
te amo, esto se puede solucionar, sé que estamos hechas para estar juntas, no
me voy a ir sin que hablemos, aunque tenga que pasar la noche aquí afuera. Todo
en mi interior decía déjala, si quiere quedarse a vivir en el pasillo de tu
edificio que lo haga, en algún momento se va a aburrir de buscarte. No le
abras.
A esas alturas tenía más pena que rabia, no podía aceptarla
nuevamente en mi vida, ese orgullo que siempre me caracterizó debía serme útil en
ese momento, hacerme respetar, no volver a perdonar. ¿Para qué hacerlo? Si ya
me lo había llorado todo, ya lo peor había pasado. Ahora sólo faltaba que el
tiempo terminara de sanar las heridas, igual que la primera vez, cuando después
de que dijo que no me amaba y nunca lo había hecho decidí eliminarla para
siempre de mi vida y mis pensamientos, aceptar el dolor y continuar. Nuevamente
cerca de 7 años después la historia se repetía. Nuevamente, tendría que
aprender a convivir con el dolor de perderla, ahora también con la necesidad de
su piel, de su cuerpo entrelazado al mío, de esa fusión perfecta que habíamos conseguido.
Todos esos pensamientos y muchos más que ya ni recuerdo pasaban
por mi cabeza, mientras mi corazón en voz baja repetía que la dejara entrar,
que nos diera una nueva oportunidad, que el amor no se deja ir así como así,
que el orgullo no lleva a ninguna parte más que a repetir el dolor, a vivir con
la eterna pregunta del ¿qué hubiera sido si la hubiera perdonado?
Le abrí la puerta, no necesitaba escuchar palabras, sus ojos me
pedían disculpas, con su miraba supe que me amaba tanto como yo a ella. Me pidió
que saliéramos, que fuéramos a tomarnos un trago para conversar, acepté la
invitación.
La rabia desapareció al verla, también el dolor… Sin embargo
las dudas y los miedos comenzaban a apoderarse de mí.
-
¿Esto
es una venganza?, ¿Por eso me buscaste? Le pregunté. Me miró sorprendida.
-
¿Por
qué querría vengarme de ti? Yo te amo, sólo soy una estúpida, inmadura y
cobarde, pero te amo.
-
Yo
también, pero no quiero ni puedo sufrir más. Me has hecho demasiado daño.
-
Te
juro, que nunca más te voy a ser infiel. Perdóname, quiero estar contigo el
resto de mi vida. Me dijo.
-
Ok,
pero esta es la última oportunidad que nos damos. Si las segundas partes no son
buenas, menos las terceras y cuartas. Le respondí.
Otra vez la había perdonado. No me sentía capaz de alejarme
de ella. De dejarla ir. Aunque por primera vez sentía que el miedo me estaba
congelando por dentro. Pero como siempre me tiré de cabeza a la piscina, a
jugármela por la mujer que pensaba era el amor de mi vida, mi alma gemela.
Pasamos varios meses increíbles, de harto carrete, juntas con
sus primas, noches eternas conversando, tomando y quedándonos a dormir en
alguna casa que nos recibiera, todo para estar juntas. De esos tiempos en que
no nos veíamos pasamos a una etapa de ser inseparables. Claro, yo trabajaba de
garzona en un bar del barrio alto de Santiago y estudiaba en la Universidad,
por lo que pasaba agotada, pero con la juventud entre las manos me hacía el
tiempo para vivir mi relación.
Más de alguna vez los fantasmas de las infidelidades
volvieron mezclados con varias copas extra, me acuerdo una noche que estábamos
en el departamento de su prima y empezaron a hablar de la amiga con la que la
abogada me fue infiel, claro porque era ultra secreto, su prima no tenía ni la
menor idea de lo que pasó entre ellas. O sea, le hubiera dado un infarto, por
eso habló con toda la tranquilidad del mundo de su amiga, y aunque yo intenté
mantener la calma, me bajó un ataque de ira tremendo, agarré todas mis cosas
tipo 5 de la mañana y me fui caminando por las calles a mi casa, la abogada
salió corriendo a pie pelado detrás de mí, un nivel de locura extremo. Le
gritaba en la calle, la prima no entendía nada, todo mal. Después de cerca de
una hora persiguiéndome logró llevarme de vuelta al departamento. Al día
siguiente me quería enterrar viva de la vergüenza, o sea no me atrevía a mirar
a nadie a la cara. Todo un bochorno.
En fin de esas pataletas me bajaron un par, lo que si me
afectó fue en la parte sexual. Pasaba periodos en los que no quería ni que me
tocara, me acordaba de la infidelidad, de la amiga de su prima, del tipo y me
venía una mezcla de rabia y pena. Eso duró un buen tiempo. Pero seguimos
juntas, solucionando los problemas, o por lo menos intentándolo.
Así el 2009 transcurrió entre miedos a una nueva infidelidad,
la espera paciente de que la abogada por fin se atreviera a hablar con su mamá
y contarle de mi existencia, mis ataques de ira y carretes varios, claro sólo
con alcohol, las drogas hace tiempo ya que estaban fuera de mi sistema. Hasta
que llegó el día “D” y no de por fin
decirle la verdad a su mamá. Noooo el día en que conocí a la famosa amiga
de la prima. La mujer que pololeando con un hombre y todo quería tener una
relación con mi abogada. Esa historia
la dejaré para el próximo capítulo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario